Pequeño relato: Mis días con papá y la soledad. Autora: Sandra Insua Juncal.




 Mis días con papá y la soledad.

1/3 Sábado, 9 de marzo de 2019.   Complejo Hospitalario Universitario de A Coruña. Habitación 962. 

Las burbujas de oxígeno flotan apresuradas dentro de la máquina de respiración conectada a la boca de mi padre y se chocan unas contra las otras. Yo las traspaso con mi bolígrafo de colores, pintándolas de azul, rojo y verde. De repente se forma un arcoíris que ilumina toda la habitación. Miro a papá que sonríe al verlo, en ese instante brotan de su cuerpo notas musicales y comienza a sonar Preludio de Sebastian Bach. 

2/3 Martes, 17 de marzo de 2020. Casa familiar de Cambre.

La tarta del 82 cumpleaños de mi padre es de nata y fresas. Él cierra los ojos y piensa un deseo, esperanzado, para después lanzar un enorme y vigoroso soplido, como un niño ilusionado. 

Papá está sentado en su sofá predilecto del salón y sujeta una arrugada servilleta entre sus manos, es su remanso de paz, la mira fijamente y la mueve con delicadeza; creando figuras imaginarias con ella.

Después se retira, a veces necesita altas dosis de medicación para apaciguar su dolor. En ocasiones, se distorsionan sus pensamientos y la percepción de la realidad. Termina el día pletórico, ha fantaseado con volar, su mayor quimera.

3/3 Martes, 14 de abril de 2020. Hospital Oncológico de A Coruña.

Hoy ha sido un día inolvidable. Mi padre, grandioso quijotesco, está convencido que el Centro Oncológico de A Coruña, es un hotel de lujo. Yo sorprendida, admiro junto con él, su habitación con vistas al mar, el baño alicatado con cerámica italiana de la más alta calidad y las sábanas de su cama, de auténtica seda salvaje. 

-Gracias. ¿No serán demasiadas atenciones para mí? - les dice mi padre, (vestido con su pijama azul y su bata granate)  a las enfermeras y al personal sanitario que se va encontrando a su paso por las dependencias del hospital. Se lleva las manos a la cabeza asombrado y emocionado por igual, mientras se maravilla al contemplar las máquinas de café bañadas en oro y los sillones de la sala de espera cubiertos de terciopelo de Oriente. No seré yo quién le diga lo contrario. Me hallo ante papá, sin palabras, deslumbrada ante tanta belleza.

Días posteriores a su ida: La soledad.

Hace unos meses que se fue. Me siento tan impotente por no poder haber hecho nada para salvarlo de esa terrible enfermedad. He soñado cada noche con él. Al principio, esos sueños eran de su estancia en el hospital, más tarde vagando asustado como un espectro por su hogar y con el tiempo empecé a verlo feliz y sano, con sus mofletes de ardilla, sus sonrosadas mejillas y resplandecientes ojos azules. En cada uno de esos sueños, le repetía una y otra vez cuánto lo quería, abrazándolo y llorando sobre su hombro. Lo echo de menos, pero él ya no está y en su lugar ha venido a quedarse la soledad.

Comentarios